Biden, sepulturero de EEUU ante la hegemonía de China
El presidente Joe Biden está pagando facturas, recompensando a las oscuras fuerzas que nutrieron su candidatura.
Mientras China es claramente proteccionista, llega a la presidencia de Estados Unidos un neoliberal, que ve como pecado contra la escuela austriaca el proteccionismo y no pondrá aranceles al Dragón.
Así, las grandes industrias podrán beneficiarse, pero nunca los trabajadores, quienes perderán sus empleos, además de haber sido golpeados en el bolsillo por la pandemia. A esto se sumarán las nuevas restricciones y encierros por el coronavirus. La parálisis económica no podrá ser paliada con el asistencialismo —identitario— anunciado por Biden este viernes 22, y más tarde que temprano aumentará los impuestos. En tanto, en China todo funciona como si el COVID-19 no existiera.
China ha estado en el Acuerdo de París, pero no ha cumplido sus compromisos, según reporta la consultora Capgemini. Ha incrementado sus emisiones de CO2, y es el país más contaminante del mundo. Con ello toma una ventaja más sobre las economías que van dejando atrás las energías no renovables. Al mismo tiempo, supera ya incluso a California en el mercado de las energía limpias, sobre todo en la eólica y la solar. Las reservas oficiales en 2018, fueron en Estados Unidos de 451 trillones de dólares, mientras que en China, de 3236 trillones. El PBI a paridad de poder adquisitivo en 2016, en Estados Unidos fue de 18.624 trillones; en China de 21.223 trillones.
Globalistas decadentes y entreguistas
El punto de inicio del globalismo es 1989, con la presidencia de George H. W. Bush, quien luego usó la frase del “nuevo orden mundial” en su discurso de 1991 luego de la guerra del Golfo. Los globalistas no sólo han enquistado al Partido Demócrata, sino también al Republicano.
Algunas de sus más conocidas cabezas se sentaron juntas en la deprimente inauguración de Joe Biden. Ahí estaba George W. Bush, Hillary Clinton y Bill Clinton, cabeceado de sueño, por cierto.Todos ellos, impulsores de un modelo económico cuyo resultado ha sido, por mucho, depredar las materias primas de países en desarrollo, instrumentalizar al trabajador en todos lados, y empobrecer a las clases medias en los Estados Unidos.
El enojo de millones de familias en Norteamérica, vapuleadas económicamente por las ambiciones financieras de ese grupo de pillos, que edificaron el actual establishment, es la sustancia de los seguidores de Trump.
Trump ha sido apenas un respiro para la clase trabajadora estadounidense en la destructiva ruta dirigida a construir un nuevo orden mundial, regido por un gobierno único internacional.
La resaca del globalismo es la llegada al poder de Donald Trump en 2016. Los globalistas no son un movimiento social. Trump, en cambio, sí es la cabeza de un movimiento socio-cultural que pone por delante la libertad, el nacionalismo, el patriotismo, la religión, y la familia. Esos son, además, los valores que fundaron Occidente. Alguien tenía que volver a poner la mirada en el trabajador, olvidado por la especulación financiera, por el deep state, la industria militar, por la mainstream media, la big pharma y la big tech.
Trump no se ha ido.
Sus seguidores no olvidarán en un día cómo fueron golpeados durante 28 años por el globalismo. Sabrán esperar al 2024. En el camino se formará acaso el Partido Patriota, que dividirá al Partido Republicano, tanto como al Demócrata. Florida será el nuevo centro internacional del conservadurismo y la alt-right. Ahí está Mar-a-Lago, la residencia de Trump. La ventaja de tal nuevo partido es que tiene un sustento popular muy fuerte, una lealtad auténtica, una identidad clara y definida, ideales concretos. Los otros dos partidos son parte de un viejo esquema agotado, como el sistema electoral de representación indirecta.
No conozco quién diera la vida por el Partido Demócrata, ni por el Republicano. Sí conozco quien está dispuesto a todo por el movimiento conservador y nacionalista de Trump. Biden es sólo un representante más del establishment que dejó tirados y empobreció a los obreros norteamericanos y a las clases medias. Los hizo vivir como limosneros en su propia patria. En eso radica su fracaso y tarde o temprano se verán diluidos. Pero eso no es lo peor. Lo peor es que el globalismo se nutre de conflictos bélicos internacionales, de la explotación del tercer mundo, y para controlar a la población usa una herramienta neuro-científicamente probada: la ideología progresista, el “socialismo cool”, que tiene el objetivo de destruir los valores occidentales que estorban en el camino al gobierno mundial.
Por eso todas las políticas públicas de Biden son perfectamente previsibles y a nadie sorprenden: financiamiento a los cultos identitarios, al feminismo radical, a la ideología de género, a las minorías raciales rabiosas, a grupos de choque de izquierda, a la industria del aborto, al ateísmo o la relativización de la moral. Los liberales y los «liberprogres» son útiles al globalismo. No saben lo que hacen. Sus marcos conceptuales han caducado. No entienden el estado de descomposición social que vive Estados Unidos hoy en día. Sus análisis no toman en cuenta que Von Mises, por ejemplo, nunca previó un hiper-capitalismo despiadado, sin rostro, en el que los monopolios industriales mandan sin contrapeso alguno, ya no los gobiernos.
El liberalismo extremo: hincados ante el mercado. Una realidad cuyos excesos fueron criticados por la Iglesia Católica desde la primera encíclica social, la Rerum Novarum de León XIII, en 1891. Tampoco toman en cuenta que los derechos humanos están siendo privatizados, como ejemplifica la actuación del Big Tech ante la libertad de expresión de los conservadores. Y a quien no le parezca, lo silencian y queda “cancelado”.
La tendencia internacional rema a favor del nacionalismo, no del globalismo. Pero eso no es todo. Ahora existe una China que no encuentra resistencia en el globalismo de Biden, quien despejará de aranceles el flujo económico, y con ello enterrará a Estados Unidos ante el Dragón Rojo. Y si no, al tiempo. La única posibilidad de que Estados Unidos no sucumbiera a la hegemonía china era el movimiento nacionalista de Trump. Hoy gobierna Biden, quien pasará a la historia como el presidente bajo cuyo mandato Estados Unidos dejó de ser el número uno, abriendo paso al imperio comunista de China. Donde por cierto, no existen los derechos humanos, ni las libertades individuales, donde los opositores son silenciados y millones de cámaras vigilan tus pasos en un Estado policiaco digital que hace aún palidecer a las big Tech estadounidenses.
Todas las decisiones del gobierno de Biden parecen orientadas desde un disgustante culto identitario y de cuotas, y dirigidas hacia el globalismo. Biden inicia su administración destruyendo la economía de Estados Unidos, con la imposición de una cuarentena obligatoria y pruebas de COVID-19 a los turistas. Incluso los estadounidenses que regresen de vacaciones a sus estados, deberán también apegarse a tales medidas.
También sorprende que la única presencia latinoamericana en su inauguración fuera la de Jennifer López, como si esa entertainer representara a nuestra gran comunidad y nuestros intereses. Los latinos no estamos para entretener al poder. Biden defiende a los afroamericanos, pero no le dio espacio a los latinos.
La crítica de Biden sobre la violencia interna se enfocó solo al supremacismo blanco, como si fuera el único racismo que existe en Estados Unidos. No vimos que criticara de forma equilibrada y se refiriera a los destrozos de Black Lives Matter. Y mucho menos de los terroristas domésticos de Antifa. No se puede llamar a la unidad y a la reconciliación con un discurso que solo favorece a los cultos identitarios y al globalismo, pero no a las familias naturales y a los trabajadores. Biden solo gobierna para quienes lo apoyaron en su campaña. Prueba de esto es que dentro de sus primeros actos como presidente estuvo el girar órdenes ejecutivas cuya verdadera finalidad es destruir el legado de Donald Trump.
El regreso de la industria militarista
En geopolítica no hay casualidades. Al tiempo que Biden llega al poder, brotan nada espontáneamente y de inmediato, problemas y amenazas desde otros parajes, como Irak, Corea del norte, e Irán. En Bagdad, capital de Irak, se reactiva la violencia en cuanto Biden se sienta en su escritorio en la Casa Blanca. ISIS, ese grupo cuyo origen se explica en parte con el Deep State norteamericano, se atribuyó este jueves, 21 de enero, un doble atentado suicida en un mercado de Bagdad, que arrojó 32 muertos y más de 100 heridos. Desde 2017 no ocurría nada violento en esa ciudad. ¿Por qué ISIS saludaría de esta manera la llegada de Biden al poder? ISIS se daba por desactivado desde 2017, al primer año de la administración de Donald Trump, quien además estaba reduciendo el número de las tropas militares en Irak. Ahora Biden cuenta con un buen pretexto para mandar de regreso a Irak a los soldados y así aceitar el negocio militar que tanto le gusta a los globalistas.
Kim Jong Un, el tirano de Corea del Norte, en cuanto el Capitolio confirmó el triunfo electoral que favorecía a Biden, declaró el 8 de enero que Corea del Norte va a producir más armas nucleares.
Poco antes, pero una vez viendo la tendencia electoral irreversible favorable a Biden, Irán había amenazado a Estados Unidos ante la tensión por el aniversario de la muerte de Qassem Soleimani, el pasado 3 de enero. Sin dudas el gran negocio de la industria militar está de regreso.
Contra la familia y la vida
Además, con sus primeras órdenes ejecutivas, socialistas, Biden pone en marcha de nuevo la destrucción de la familia, la vida, los valores tradicionales de Occidente. Nombró a Xavier Becerra como secretario de salud, un abortista y perseguidor de activistas PROvida. Y a Rachel Levine, mujer transexual, como subsecretaria. Esto revela por parte de Biden más una postura ideológica y política, que un verdadero interés en la salud de los norteamericanos.
Biden está pagando facturas, recompensando a las oscuras fuerzas que nutrieron su candidatura.
Por todo esto, China ya ganó la partida. Mr. Biden, el sepulturero de Estados Unidos.
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