Tomas Moro y La Moneda



«Eran las 8.30 de la mañana. Recibí en mi casa una llamada personal de Salvador Allende, desde su residencia de Tomás Moro, para que acudiera al palacio de La Moneda. 
Yo era su amigo y su médico personal desde que fue designado candidato por Unidad Popular. En los principales puntos de Santiago, el Ejército había tomado ya posiciones. Llamé desde las inmediaciones y entré en la Moneda en compañía de Beatriz, hija del presidente, que estaba embarazada de siete u ocho meses», dice pausadamente Oscar Soto.

«El presidente ya estaba informado del pronunciamiento militar. Poco antes había recibido una llamada telefónica de su edecán de la fuerza aérea, comandante Sánchez, en la cual los militares le ofrecían la oportunidad de abandonar el país en compañía de su familia. Allende se negó en redondo».

«Al poco que los edecanes abandonaran el palacio, se retiraron los carabineros que lo custodiaban. Los miembros de su escolta, todos ellos militantes del Partido Socialista y del MIR, se apostaron en ventanas desde las que respondían al tiroteo que desde afuera ya había comenzado. 

Salvador Allende se hallaba en la primera de las dos plantas que tiene el palacio de La Moneda. En su interior hubo inicialmente unas setenta personas que, tras recibir instrucciones del presidente, quedaron reducidas a 45».

«Poco después de las diez de la mañana, Radio Magallanes, la última emisora que cayó en poder de los militares, difundió su último mensaje a los chilenos, salpicado ya de interferencias agudas», dice el doctor Soto, para el que Allende mantenía una actitud de serenidad y firmeza. «No voy a rendirme ni tampoco a entregarme», les acababa de decir a los grupos de resistentes que permanecían en el interior, casi todos colaboradores suyos, todos civiles. 

Había ocho periodistas, por lo menos, y otras tantas mujeres, entre ellas sus hijas Beatriz e Isabel.«Los ojos de Salvador Allende se arrasaron de lágrimas cuando conminó a sus dos hijas para que abandonaran el palacio de la Moneda, junto con las demás mujeres que se encontraban allí. Estas se negaron, pero Allende, con gran calma, las acompañó hasta la puerta de palacio que da a la calle de Morandé, número 80, en el flanco derecho de la sede presidencial, y las empujó delicadamente para que salieran », agrega Oscar Soto.

La actitud de Pinochet le causó sorpresa, pero no se inmutó. «Por un interfono se había recibido un ultimátum fijado a las once, en el que se le conminaba a la rendición. En caso contrario, la fuerza aérea bombardearía el palacio, hostigado ya por los carros de combate que lo asediaban. 

«A las once exactas los aviones comenzaron a lanzar cohetes sobre el palacio y dentro se creó una situación infernal. Si bien el bombardeo no nos cogió de cuajo -ocupábamos un área lateral del edificio-, los proyectiles nos causaron, por lo menos, quince bajas. Su onda expansiva era aterradora. No dejaba heridos. Los impactos eran mortíferos necesariamente. Allí quedó muerto, junto a otros quince más, Augusto Olivares, director del canal siete, estatal, de la televisión chilena. La planta baja se llenó de un humo muy denso y las cañerías reventaron e inundaron casi toda la planta».

«El general Baeza se dirigió desde un interfono próximo a palacio y pidió una comisión negociadora. Allende se opuso a ello, pero forzado por Fernando Flórez la admitió. Este, del MAPU; Daniel Vergara, del PC, y Oswaldo Puccio, que, por haber. sufrido recientemente un infarto, acudió a la "negociación" acompañado de su hijo Oswaldo, salieron a la calle. 

Las condiciones de Allende eran la vuelta a los cuarteles de los militares y su atención a la Constitución».
«No hubo conversaciones de ningún tipo. Los negociadores fueron aprehendidos y no hubo ninguna respuesta. Salvador Allende subió, provisto de su metralleta y su casco, a la segunda planta».

«No voy a rendirme. Es la hora de reafirmar todo lo que fui a lo largo de mi vida. Un luchador social por Chile. Desde mi juventud lo fui. Todo lo que soy se lo debo al pueblo chileno, y este pueblo espera de mí una actitud consecuente. Las conquistas de los trabajadores de nuestro pueblo han sido muy costosas y no voy a sucumbir en una rendición», nos dijo a todos.«Nosotros estábamos a unos diez metros de la puerta de Morandé. 

En un momento, y de modo absolutamente inesperado, la primera planta se inundó materialmente de soldados, vestidos con uniformes verde oliva y pañuelos naranja. Nos detuvieron a todos y nos sacaron del palacio, para apilarnos, materialmente, no lejos de la puerta», dice Oscar Soto. «Yo ocupaba en aquel montón de hombres -en el que también estaba Miriam Contreras- una posición superior. Estaba encima de otros compañeros. Un oficial con las gafas rotas me dijo que quién era yo. Le respondí que el médico personal de Salvador Allende. "Suba y dígale al presidente que se rinda". Subí a la segunda planta, donde Allende permanecía en un pasillo, junto a una quincena de personas. "Presidente, le dije, están en la primera planta, la ocupan ya. Insisten en la rendición"».

«el presidente Allende», prosigue su relato Oscar Soto, «se dirigió a todos con extrema serenidad. "Les ordeno que bajen todos". Tras un momento de tensión indefinible, algunos se acercaron a él para estrechar su mano. Bajamos todos, a excepción de cuatro o cinco miembros de su escolta entre ellos un cubano, que se quedaron a su lado».

 «Cuando llegamos a la primera planta nos detuvieron y salimos todos con las manos en alto. Nos hicieron tumbarnos en el suelo, salvo a Miriam Contreras, que más tarde fingió un desmayo, fue recogida en una ambulancia y desde el vehículo en marchase arrojó y huyó. Hoy está en el extranjero». 
«De pronto escuchamos una densa refriega de tiros que procedía de la segunda planta. El palacio ardía por todas partes y de las ventanas salía un humo compacto. Poco tiempo después vimos salir en una camilla un cuerpo cubierto con una manta negra de franjas blancas. Adivinamos que Salvador Allende iba en ella, muerto».

Y ¿que paso en Tomas Moro? tenemos una versión histórica recopilada de distintos libros.
Ese día once, el teléfono de la casa de Allende comenzó a sonar temprano.
El mandatario, consciente de que había un levantamiento en su contra, decidió partir a La Moneda a las 7:20 de la mañana, donde permaneció hasta su muerte.
Sus hijas Beatriz e Isabel también se trasladaron al palacio presidencial.
Sin embargo, su esposa, Hortensia Bussi, y miembros de una guardia personal -denominada Grupo de Amigos del Presidente (GAP)- permanecieron en el lugar.


File:Armas en casa presidencial de Tomas Moro.JPG - Wikimedia Commons
Cuba apertrecho muy bien la residencia personal de Tomas
 Moro. Allí vivían Allende su familia, y los guerrilleros
miristas y socialistas en constantes relevos, to miembros del GAP

Se supo que Allende en La Moneda intentó convencer a sus hijas de que se fueran a la casa en Tomás Moro, pues pensaba que allí estarían seguras.
Nunca se imaginó que ese sitio también sería blanco del ataque aéreo y de un hostigamiento por parte de francotiradores que se ubicaron en los alrededores.
"Allende se equivocó al pensar que era un santuario intocable" coment
ó Eduardo Labarca, autor de "La biografía sentimental de Allende".

El escritor Labarca explica que una de las razones fundamentales detrás de la ofensiva militar a la casa presidencial es que "allí estaba instalado un cuartel del GAP Grupo de Amigos Personales de Allende, y armados directamente por Castro. estos tenían una cantidad de armas y municiones importante".

Fue pasadas las 11 de la mañana cuando cayó el primer proyectil, destruyendo ventanas, paredes y parte del mobiliario que se encontraba en el interior.
"Esta casa no era resistente como sí lo era La Moneda. Aquí volaron los techos y paredes", asegura Labarca.


De acuerdo con el que estuvo a 
cargo de la operación el comandante del Grupo 7, Mario López Tobar, conocido con el pseudónimo de "Libra", y que alcanzo el grado de General en la Fuerza Aérea de Chile, se efectuaron “cuatro pasadas rasantes con cohetes contra la residencia, destrozando completamente esa propiedad y a un automóvil que estaba en las proximidad del terreno”.
Según Labarca, "la señora Tencha (el sobrenombre con que era conocida Hortensia Bussi la esposa de Allende) se escondió debajo de un escritorio con sus tres perros".
"Ella tenía tres posibilidades: quedarse ahí y morir, entregarse e ir presa o escapar. Eligió la tercera".
En el libro La Conjura, de la renombrada periodista chilena Mónica González, se afirma que el detective Jorge Fuentes Ubilla logró sacar a Hortensia Bussi de la casa, en medio del bombardeo, por un pasaje posterior.
Luego, miembros del GAP han declarado que subieron al techo de la residencia para hacerle frente a los Hawker Hunter y dispararles.

López Tobar menciona en su libro que el "Hawker Hunter del líder tenía una pequeña perforación en uno de los estanques suplementarios como consecuencia de un disparo efectuado por uno de los defensores de Tomás Moro durante la pasada baja inicial”.
Otro miembro del GAP, Miguel Farías Cordero, relató en un testimonio público parte de lo que vio en medio del ataque a la residencia presidencial.
"En el patio (había) una especie de cráter, seguí hacia el comedor donde había dejado un poncho, al parecer una bomba destruyó el techo, el poncho era un montón de tela rota, otra cayó cerca de la enfermería y me pilló cerca de la puerta, con la explosión sentí una masa de aire caliente que me empujó con fuerza", señala en un texto publicado en el sitio web del GAP.

Tras el duro enfrentamiento, quienes aún estaban en la residencia decidieron huir a través de un colegio de monjas ubicado atrás de la casa. Posteriormente, la residencia fue allanada y se encontraron armas y municiones, que no pudieron llevarse los GAP.
Antes del mediodía, le comunicaron a Allende lo que había sucedido, Tomas Moro era ya historia.

Así lo relato Óscar Soto en el libro “El último día de Salvador Allende”. El médico y colaborador del presidente estuvo con él en sus últimas horas en La Moneda.
“Le comunican a Allende que cerca de las 11:20 horas su casa, en calle Tomás Moro, también había sido bombardeada. Pregunta por su esposa. Se le dice: ‘está todo destruido’”, recuerda Soto.
Tras lanzar sus proyectiles en contra de la casa presidencial, los Hawker Hunter se dirigieron rápidamente a La Moneda.

«El general Javier Palacios, que, al parecer, dirigía las operaciones, pidió que los que fuéramos médicos saliéramos. Nos comentó, textualmente, mientras exhibía una herida leve en su mano derecha: "Por poco me matan allí arriba, en la segunda planta"». Todo había terminado en La Moneda.


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